El viaje de Athor
Hay un sendero que me lleva por el monte,
a los pies de la madre encina donde descansas.
Bajo su sombra, entre aromas de tomillo y romero,
con ternura y un manto rojo, te arropan las hadas.
Un mochuelo en el majano, vela tu reposo sereno.
El mirlo se asoma todos los días al jardín,
y el gato del vecino viene a la puerta por verte.
Los conejos tras los que corrías siempre
y que nunca alcazabas, preguntan si vas a venir.
Hoy me siento incapaz de aventurarles tu suerte.
El cielo infinito no parece ser el mismo cielo.
En casa, tanto silencio golpea mi espíritu,
acostumbrado como nos tenias a la bulla y al jaleo.
No hay nadie escondido detrás de la puerta
que me regale un tesoro, como tu pequeño madero.
Guardo como prendas: tu pelota raída,
el lazo que nos unía, y unas fotos de recuerdo.
La mirada profunda de unos ojos inquietos,
tu compañía ausente hoy, en esos alegres paseos.
Dejaste amor a puñados, de un corazón inmenso.
En este rincón grabo cuatro versos rotos
como adorables juegos inacabados.
Lucho con palabras que no encuentro,
para agradecer una vida a mi lado,
y un ramillete de mimos interesados.
Hiere el alma, un acero que no espero.
¡Como duele! el trozo de mi rasgado.
Una recia cadena de la que no me libero.
Va pasando el tiempo lento, lento;
y sigo con el nudo, duro y entero.
Mil veces te llame perro faldero.
Aquellas faldas, no tienen consuelo.
En el monte hay un sendero errante,
por donde con mi pesar, voy y vengo.
Tierra a los pies, polvo en los sueños.
A la espalda se esconde el horizonte.
Entre amapolas y enagüillas de la Virgen
avanza impasible, un Mayo traicionero
con un azar caprichoso de la mano,
que me roba lo que tanto quiero.
A sorbos va pasando el licor amargo.
Con tu preciada joyita de equipaje,
el barquero está pagado.
¡Buen viaje compañero!
Siempre tuyo, este pregonero